jueves, 7 de febrero de 2013

MIGUEL LITTIN, EL COMPROMISO Y LA IDENTIDAD EN EL CINE




El director de cine Miguel Littin (Chile 1942) autor de El Chacal de Nahueltoro película fundacional del Nuevo cine Latinoamericano, impartió en Caracas un taller-realización de 5 días organizado por el CNAC.  Esta es la transcripción de la última sesión, del 29 de noviembre de 2010 y que contiene fragmentos de lo que, en resumidas cuentas, son sus convicciones respecto del compromiso y la identidad cinematográfica de este continente telúrico:

Si alguien cree que la muralla de Berlín la derrumbó Reagan, está equivocado. La derrumbó Humprey Bogart, Marylin Monroe, James Dean. Por esto, definitivamente, creo en el cine como conductor de valores, de conductas, de hechos, de imágenes; que puede ser  capaz de derrumbar las convenciones ideológicas más férreas.  


El éxito del cineasta es posible en la medida en que logra comunicar a un público activo, algo que va a servir  a sus vidas, en relación a la dignidad. En relación a los grandes valores que mueven al humanismo. Cuando uno no tiene nada que decir en una película, puede dejar sencillamente la pantalla en blanco; no hay porqué llenarla con cosas que no dicen nada. Es por esto que el cine tiene una vocación de significar. Establece premuras, verdades, y es un retrato del tiempo; un retrato vivo y activo del tiempo. Un retrato poderoso y activo que posee una facultad de cambio y de transformación.

       Cuando se habla de cine político, no se habla de cine administrativamente político, se  habla de un cine que tiene una vocación pública. Y en el caso nuestro, el principal elemento y más definitorio es encontrar la identidad; la voluntad transformadora de los personajes y también las realidades que estos personajes viven. No podemos olvidar al hombre, al gran personaje y sus circunstancias. ¿Qué va a ser definitivo? Su identidad. Buscando romper toda posibilidad de lugar común, rompiendo los clichés, buscando la creación.
Vivimos en un continente en que la gente necesita al cine. Y el cine necesita a la gente. Necesita cambiar las reglas del juego y profundizar en lo que son las relaciones humanas con el entorno, con los demás; pero eso sí, con lucidez, con rigurosidad, con libertad. Es decir, mi compromiso nace porque yo lo siento, mi compromiso es porque lo necesito  no porque un poder me organizó para que yo me comprometa. Eso no existe.


El  Pedro Páramo de Juan Rulfo, una de las más grandes novelas que se han escrito en este continente, inicia su narración diciendo: “Llegué a un pueblo que se llama Comala y busco a mi padre que se llama Pedro Páramo”. Así empieza inmediatamente el desarrollo de lo que será la historia. Un golpe inmediato.


Nosotros como artistas tenemos la obligación de matizar mucho y trabajar mucho en los comportamientos, para encontrar una acción rica, poderosa que está en la realidad, lo cual no significa imitarla. El arte no es una imitación de la realidad. Alguien decía: “Una rosa, es una rosa, es una rosa, inimitable”. No hay ninguna rosa igual a la otra. Es una obra de la naturaleza que nosotros no podemos imitar, tenemos que crear otra rosa. Eso es el arte. No es la imitación de la rosa.

El gran cineasta que a mi me gusta citar en un taller de gran intensidad como este, es a Buñuel. Porque Buñuel llegó a América Latina, se hizo parte del cine mexicano. Vio, observó esa forma particular de hacer cine  y el realismo en el cual se desarrollaba la narrativa cinematográfica de esta parte del mundo. Se sumó al discurso,  pero le agregó la visión surrealista de Los olvidados (1950) donde teje el sueño, para ya nunca más quitar la cáscara y como el artista que fue, hizo una escalera para subir a ese sueño.




La naranja y la cáscara que la cubre se van convirtiendo en otra cosa. A la manera del surrealismo de este continente, Buñuel  logra otra integridad, que ya es nuestro patrimonio narrativo.

Es la materia de la realidad la que la alquimia del artista transfigura. Todos tenemos un mundo personal que es intransferible. Te hundes en la aldea, hundes la mano turbulenta y tierna en lo más genital de lo terrestre; en lo más genital de la tierra: ADENTRO. Y de eso nace la  universalidad.
Otro paradigma que también es patrimonio es El pez que fuma (1977) de Román Chalbaud, todo un clásico del cine de América Latina. Una película cuyos personajes están inscritos en nuestro imaginario; en nuestras vivencias, que forman parte de nuestro consciente y nuestro inconsciente. “La garza”, y el prostíbulo ha sido una especie de templo para los arquetipos latinoamericanos.



Entonces ¿Cuál sería nuestra primera obligación? Que lo entienda la gente que está más cerca: el compromiso con nuestra realidad. Todos vamos a celebrar porque alguien lo consiguió. No es fácil. Es el trabajo del albañil.

Así de esa manera, se va haciendo una película, se va contando una historia. Una historia que nos concierne, una historia que nos apasiona, una historia que sirve porque el arte es y debería seguir siendo una utilidad pública en América Latina. Es urgente, es necesario; tanto como lo es la medicina, tanto como lo es la salud.

(Registro, transcripción y redacción: Iola Mares)

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