miércoles, 18 de enero de 2012

DÍA NACIONAL DEL CINE
Lo mejor de
2011 en la gran pantalla criolla




Corría el año 1897, cuando en el Teatro Baralt de Maracaibo, se exhiben en pantalla gigante los “cuadros” Un célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa y Muchachas bañándose en la laguna de Maracaibo, de Manuel Trujillo Durán y considerados como los primeros registros cinematográficos realizados en suelo patrio. De ahí se deriva la celebración que cada 28 de enero, conmemora en Venezuela, el Día Nacional del Cine.

Ciento quince años han transcurrido desde entonces, y sólo ahora es que puede hablarse de una industria venezolana en progreso. La aparición en 2005 de la Ley de Cinematografía Nacional, concebida entre otras cosas, para diseñar los lineamientos generales de la política cinematográfica, como instrumento jurídico, dio un impulso importante a la producción local. En la ley, además de establecerse la obligatoriedad de estrenar películas nacionales y fijar una cuota de pantalla para largometrajes criollos, se crea el Fondo para el Fomento de la Producción Cinematográfica (Fonprocine), el cual se nutre de aportes provenientes de las entradas de cine vendidas, y de las contribuciones de los distribuidores de películas, la televisión, y las empresas de venta y alquiler de videogramas, que vienen a ofrecer una nueva fuente de financiamiento al cine venezolano. Así pues, se fija una permanencia mínima en cartelera de dos semanas para los filmes nacionales, a lo que se añade el deber de continuarlos exhibiendo mientras sean vistos por 60% del promedio de espectadores de la respectiva sala.

Pero más allá de las consideraciones relacionadas con los resultados de las políticas culturales a través de instituciones como el CNAC (Centro Nacional Autónomo de Cinematografía), y la Fundación Villa del Cine, ambas pertenecientes a la Plataforma de Cine y Medios Audiovisuales; el cine venezolano es una de las industrias del arte que, de un tiempo a esta parte, más privilegios ha obtenido por parte del Estado.

La industria nacional (que en relación a los recursos que recibe sigue en pañales), ha mantenido su promedio de obras estrenadas los últimos dos años: quince largometrajes en 2010 y catorce en 2011. De esas catorce películas estrenadas en el período que acaba de cerrar, mencionaremos las más relevantes.

Desde el punto de vista de la creación y el sello autoral, destaca Reverón, de Diego Rísquez; un biopic de aquel pintor extraordinario y antisistema, que respondía al nombre de Armando y que fue apodado en su época como “el loquito de Macuto”. El encargado de dar vida al personaje fue Luigi Sciamanna, en una actuación magistral que quedará inscrita en los anales de la interpretación. Sin duda, esta obra es la consolidación de un cine personal, muy pretencioso en lo que a la dirección de arte, la música y los detalles técnicos se refiere, pero con el valor agregado de contener una historia convincente y conmovedora.






Por otro lado están El chico que miente, dirigido por Marité Ugás, El rumor de las piedras de Alejandro Bellame, y Hora menos, ópera prima del también actor Frank Spano, para completar una tríada cuyo punto en común en su fuente inspiradora: el deslave de Vargas ocurrido en 1999. Cada una de ellas presenta perspectivas distintas de aquel acontecimiento, pero en definitiva, la más contundente y la mejor lograda, es la de Alejandro Bellame. No sólo narrativamente hablando, sino porque pone en evidencia el oficio y la trayectoria de su realizador, lo que quedó demostrado al ser la gran ganadora en certámenes en Venezuela, como el Festival de Cine de Mérida pasado, y en otras vitrinas del cine internacional.



Cenizas eternas, primera cinta de ficción de Margarita Cadenas, aborda el formato antropológico al sumergirse en la cultura de la etnia Yanomami, y presentar una producción que inclusive por ser hablada en dos lenguas, logra dar consistencia a un argumento que constituye una veta inagotable para su representación: el encuentro de dos mundos. Patricia Velásquez, la otrora modelo de pasarelas que ha incursionado en distintas oportunidades en la actuación, consigue dar verosimilitud a un personaje que fluctúa entre esas dos culturas aun cuando siembre las dudas de si ese encuentro se concreta o no.





Carlos Malavé insiste en el género policiaco con Último cuerpo, película financiada con recursos propios, y que cimienta su guión en un personaje real: el periodista Heberto Camacho conocido periodista de sucesos de Maracaibo. Con todo y sus tropiezos, el filme viene a reforzar el status de su director como uno de los enfant terrible de la producción criolla. Así pues, más allá de los cuestionables resultados de la historia, causa admiración que el motor más poderoso para Malavé haya sido su desmedida “fiebre por el cine”.






También se puede señalar a la vaporosa Samuel ópera prima de César Lucena, rodada en escenarios merideños y que viene respaldada por Alberto Arvelo y su movimiento “Cine Átomo”, versión local -salvando las distancias-, del Dogma95 de Lars VonTrier, un cine de bajo presupuesto con equipo mínimo de filmación.

Pero decisivamente, el batacazo de 2011 fue Er Conde Jones, una ambiciosa superproducción, pagada del bolsillo de Benjamín Rausseo, quien decide lanzarse al ruedo como director de cine con un incuestionable y rotundo éxito. Su película logró alcanzar un récord de taquilla de más de 600 mil espectadores, lo cual es sintomático de las expectativas y gustos de una mayoría del público, que asiste a nuestras salas, identificado tal vez con utopías como la búsqueda de la “bola criolla de cristal”, por ejemplo. Rausseo alias “Er Conde” no sólo dirigió la cinta, sino que también la escribió, la produjo y la protagonizó.

En 2011 el largometraje documental rindió también sus frutos, con dos títulos que, comercialmente hablando, valen la pena traer a este artículo: Érase una vez un barco, de Alfredo Anzola, el mismo de Se solicita muchacha de buena presencia y motorizado con moto propia (1977), quien logra asir como eje temático el oficio de la construcción de barcos de madera; una actividad que aunque parezca mentira, hace resistencia a los embates de la tecnología y del olvido. Emilio Lovera es el hilo conductor que nos lleva a este paseo amoroso por las localidades de Paria, en Sucre, y de Macanao, en Margarita, para descubrir una actividad que involucra a familias, a padres e hijos.



Don Armando, es el segundo ensayo cinematográfico y lleva la firma de Jonathan Reverón, otra de las joyas documentales que irrumpieron en el acontecido 2011 y que ofrece un retrato fílmico del inefable Armando Scannone, autor del Best Seller Mi Cocina; libro de cabecera de cocineros consagrados, aficionados a los fogones y amas de casa que gustan de la comida caraqueña. Con testimonios de expertos y del propio Don Armando, se hace un recuento de las recetas que erigen nuestra identidad gastronómica, ilustradas con apetitosas imágenes y una estupenda musicalización.




iOla Mares