El director de cine Miguel
Littin (Chile 1942) autor de El Chacal de
Nahueltoro película fundacional del Nuevo cine Latinoamericano, impartió en
Caracas un taller-realización de 5 días organizado por el CNAC. Esta es la transcripción de la última sesión,
del 29 de noviembre de 2010 y que contiene fragmentos de lo que, en resumidas
cuentas, son sus convicciones respecto del compromiso y la identidad
cinematográfica de este continente telúrico:
Si alguien
cree que la muralla de Berlín la derrumbó Reagan, está equivocado. La derrumbó
Humprey Bogart, Marylin Monroe, James Dean. Por esto, definitivamente, creo en
el cine como conductor de valores, de conductas, de hechos, de imágenes; que
puede ser capaz de derrumbar las
convenciones ideológicas más férreas.
El
éxito del cineasta es posible en la medida en que logra comunicar a un público
activo, algo que va a servir a sus
vidas, en relación a la dignidad. En relación a los grandes valores que mueven
al humanismo. Cuando uno no tiene nada que decir en una película, puede dejar
sencillamente la pantalla en blanco; no hay porqué llenarla con cosas que no
dicen nada. Es por esto que el cine tiene una vocación de significar. Establece
premuras, verdades, y es un retrato del tiempo; un retrato vivo y activo del
tiempo. Un retrato poderoso y activo que posee una facultad de cambio y de
transformación.
Cuando se habla de cine político, no se habla de cine administrativamente político, se habla de un cine que tiene una vocación pública. Y en el caso nuestro, el principal elemento y más definitorio es encontrar la identidad; la voluntad transformadora de los personajes y también las realidades que estos personajes viven. No podemos olvidar al hombre, al gran personaje y sus circunstancias. ¿Qué va a ser definitivo? Su identidad. Buscando romper toda posibilidad de lugar común, rompiendo los clichés, buscando la creación.
Vivimos
en un continente en que la gente necesita al cine. Y el cine necesita a la
gente. Necesita cambiar las reglas del juego y profundizar en lo que son las
relaciones humanas con el entorno, con los demás; pero eso sí, con lucidez, con
rigurosidad, con libertad. Es decir, mi compromiso nace porque yo lo siento, mi
compromiso es porque lo necesito no porque
un poder me organizó para que yo me comprometa. Eso no existe.
El Pedro
Páramo de Juan Rulfo, una de las
más grandes novelas que se han escrito en este continente, inicia su narración
diciendo: “Llegué a un pueblo que se llama Comala y busco a mi padre que se llama
Pedro Páramo”. Así empieza inmediatamente
el desarrollo de lo que será la historia. Un golpe inmediato.
Nosotros
como artistas tenemos la obligación de matizar mucho y trabajar mucho en los
comportamientos, para encontrar una acción rica, poderosa que está en la
realidad, lo cual no significa imitarla. El arte no es una imitación de la
realidad. Alguien decía: “Una rosa, es una rosa, es una rosa, inimitable”. No
hay ninguna rosa igual a la otra. Es una obra de la naturaleza que nosotros no
podemos imitar, tenemos que crear otra rosa. Eso es el arte. No es la imitación
de la rosa.
El
gran cineasta que a mi me gusta citar en un taller de gran intensidad como
este, es a Buñuel. Porque Buñuel llegó a América Latina, se hizo parte del cine
mexicano. Vio, observó esa forma particular de hacer cine y el realismo en el cual se desarrollaba la
narrativa cinematográfica de esta parte del mundo. Se sumó al discurso, pero le agregó la visión surrealista de Los olvidados (1950) donde teje el sueño, para ya nunca más quitar la
cáscara y como el artista que fue, hizo una escalera para subir a ese sueño.
La naranja y la cáscara que la cubre se van convirtiendo en otra cosa. A la manera del surrealismo de este continente, Buñuel logra otra integridad, que ya es nuestro patrimonio narrativo.
Es
la materia de la realidad la que la alquimia del artista transfigura. Todos
tenemos un mundo personal que es intransferible. Te hundes en la aldea, hundes
la mano turbulenta y tierna en lo más genital de lo terrestre; en lo más
genital de la tierra: ADENTRO. Y de eso nace la
universalidad.
Otro paradigma que también es
patrimonio es El pez que fuma (1977)
de Román Chalbaud, todo un clásico del cine
de América Latina. Una película cuyos personajes están inscritos en nuestro
imaginario; en nuestras vivencias, que forman parte de nuestro consciente y
nuestro inconsciente. “La garza”, y
el prostíbulo ha sido una especie de templo para los arquetipos
latinoamericanos.
Entonces ¿Cuál sería nuestra primera obligación? Que lo entienda la gente que está más cerca: el compromiso con nuestra realidad. Todos vamos a celebrar porque alguien lo consiguió. No es fácil. Es el trabajo del albañil.
Así
de esa manera, se va haciendo una película, se va contando una historia. Una
historia que nos concierne, una historia que nos apasiona, una historia que
sirve porque el arte es y debería seguir siendo una utilidad pública en América
Latina. Es urgente, es necesario; tanto como lo es la medicina, tanto como lo
es la salud.
(Registro, transcripción y redacción: Iola Mares)